martes, 7 de febrero de 2017

Un viaje inesperado - II


Marcos se adentró en el bosque. Buscó a su guía, la luz, pero allí solo encontró silencio y la oscuridad más absoluta. Como un ciego sin su fiel perro ni palo entre las manos, el joven vagó con los brazos levantados en busca de un apoyo fijo para orientarse. Lo encontró pocos metros más adelante en un árbol viejo, rugoso y grande. Sus manos se movieron a través de él, palpando la dura corteza milenaria. Fue cuando, de pronto, un hilo de luz empezó a surgir del propio árbol. Era muy fino y apenas se veía. A decir verdad, Marcos no sabía si era real, producto de su imaginación o, simplemente, de sus ansias por querer ver algo. El hilo, de un color azulado, se fue haciendo más y más intenso, surcando cada una de las hendiduras del tronco. Fue tan intenso que parecía palpitar, parecía querer salir del árbol. El joven, como llamado por la propia naturaleza, hizo caso a sus gritos y con una fuerza que creía no tener, arrancó un gran trozo de corteza. Ya no tenía ninguna duda, el árbol emanaba,  por alguna razón desconocida, luz azul desde su interior. Marcos se separó un poco del espectáculo, que él mismo había creado, cuando, de repente, vio cómo al resto de los árboles les estaba ocurriendo lo mismo. <<He despertado al bosque>> se dijo atónito.

Efectivamente, el acto del chico había provocado que, como si de una bandada de pájaros se tratase, todos los árboles cercanos empezaran a encenderse de la misma manera, terminando por teñir de luz azul lo que antes era un bosque oscuro y tenebroso. El joven, por inercia, empezó a andar como queriendo descubrir más de aquel lugar tan mágico. Y, mientras lo cruzaba, pequeñas motitas de polvo azul surcaban el aire. Marcos sintió que flotaba entre ellas, en total armonía. Quiso explicarse a sí mismo lo que estaba sucediendo; imposible. Intentó compararlo con algo que se le pareciese, pero no había nada tan extraño y, a la vez, tan bonito en ningún lugar, <<ni siquiera en la televisión, ¡ni siquiera en las películas!>> afirmó con rotundidad. Marcos terminó por dejarlo correr y sonrió feliz. Sin lugar a dudas, aquel viaje era el mejor que había tenido en su vida.


El joven, casi sin darse cuenta, se topó con el final del bosque. Tras él, un gran prado se extendía en todas direcciones. Marcos quiso despedirse de sus preciosos árboles azules, pero ellos ya lo hicieron por él y, de forma gradual, se fueron apagando, dejándole otra vez solo con la noche. Entonces, se puso a andar con pesadez y casi sin ganas. El paraje que tenía delante no era nada alentador. Todo se veía triste y apagado. Solo la Luna le arrojaba algo de perspectiva y evitaba que se diese la vuelta.

—¡La Luna! ¡Has vuelto! —dijo asombrado.

—Nunca me fui —contestó ella—. Una nube me arrastró porque quería enseñarme algo.

—¿Y qué era?

—Nada importante —La Luna zanjó el asunto y cambio de tema—. Veo que sigues de aventura.

—Sí, pero creo que por poco tiempo. No hay nada aquí que me llame la atención, al menos no como... —A Marcos se le iluminaron los ojos y con una sonrisa exclamó—: ¡He visto antes un bosque precioso! Bueno, al principio no vi nada, pero en cuanto toqué el primer árbol todo se volvió azul, de un azul muy intenso y muy bonito y también había como chispitas en el aire  flotando por todas partes. ¡Fue increíble! —El chico, entonces miró a su alrededor y torció el gesto—. Pero aquí todo está oscuro y... creo que ya he tenido suficiente. Además, seguro que ya debe ser muy tarde y como lleguen mis padres a casa y no me vean...

—¡Ya estás otra vez igual!

Marcos se quedó impactado por la severidad de su amiga la Luna.

—Deja de mirar tanto al cielo y céntrate en el suelo.

El chico, como respuesta refleja, bajó la cabeza e hizo caso. Allí solo había una espesa hierba oscura y pálida. Al instante, se irguió para responder a su amiga, pero ella volvió a darse la vuelta y dejó invisible cualquier rostro o forma. El joven soltó un sonoro suspiro y rindió su cuerpo a merced de la gravedad. Entonces, una nueva luz apareció en escena. El tono verde intenso se marcaba con claridad entre la plateada hierba. Tenía la forma de una alubia pero mucho más grande. Aquella cosa no se movía; aún así, Marcos no tuvo el valor de cogerla con las manos y, con sumo cuidado, la rozó con sus pies o, mejor dicho, con sus zapatillas. No ocurrió nada. La "alubia" inerte rodó solo unos centímetros. Marcos se agachó para verla mejor y esta, de pronto, se abrió; como despertando de un largo letargo. Definitivamente, aquel ser no era una alubia ni nada parecido. Más bien se asemejaba a una luciérnaga enorme; o <<quizás sea una oruga luminiscente y radiactiva>> pensó ya con la mente en la estrellas y lleno de emoción. El bichejo volvió a moverse y se retorció sobre sí mismo. A Marcos no le solía gustar este tipo de insectos, pero estaba tan hipnotizado por la situación que, sin pensarlo, acercó su mano hasta estar a pocos centímetros del bicho. Esta vez, el insecto actuó con rapidez y se alejó del chico lo más rápido que pudo. Su marcha provocó un efecto estampida muy parecido al que ocurrió en el bosque y decenas de pequeñas luces verdes iluminaron el prado mientras correteaban de manera irregular e impredecible. Tras un par de movimientos locos, el grupo de insectos se unió asemejándose a un banco de peces y huyó por una colina que tenían delante. Marcos fue tras ellos como quién persigue un conejo asustado, pero, al final, desaparecieron en la noche. El chico, entonces, intentó ganar campo de visión subiéndose a lo alto de la colina. Sin embargo, allí no encontró a sus inquietos amigos. Tampoco vio más prado que recorrer, ni un monte, ni siquiera árboles... solo un acantilado que parecía no tener fondo. Los ojos del chico miraron sin pestañear hacia el abismo en busca de rocas, agua revoltosa o cualquier sonido que evidenciase que allí abajo había algo de vida, pero sus intentos resultaron ser un fracaso. Además, y por extraño que parezca en un sitio así, el viento era nulo, no corría ni una brizna de aire; todo estaba en una calma casi atemporal. 

Ahora sí. Este parecía ser el final del viaje. Había sido una gran aventura llena de momentos inolvidables e imposibles. Pero ahora tocaba volver a casa, a la triste y aburrida realidad. Marcos miró al horizonte por última vez cuando una estrella le llamó la atención. Era más cálida que el resto de sus compañeras y, a diferencia de ellas, esta no parecía pegada al cielo. El chico intentó enfocar mejor hacia la luz entrecerrando sus ojos. Entonces vio algo más allí. En medio de aquel abismo espeso un minúsculo islote parecía flotar por pura magia, sin ningún tipo de apoyos; y la luz, que Marcos veía ahora con más nitidez, no era realmente una estrella; más bien se asemejaba a una farola iluminando ese pequeño trozo de tierra. 

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