martes, 14 de febrero de 2017

Un viaje inesperado - III


Marcos tomó la decisión con conciencia, pero sin coherencia ya que allí no existía. El primer paso fue tembloroso y los nervios casi le hacen perder el equilibrio. Rápido se enderezó y dio el siguiente paso. Y luego el siguiente. Y así hasta que, casi sin darse cuenta, se vio en medio de aquella negrura. Entonces se fijó en el suelo. Notaba la superficie lisa, casi resbaladiza, como si fuese de cristal. Pero lo más curioso fue que carecía de reflejo alguno. Parecía querer absorber toda la luz que la Luna le mandaba y no dar ni una simple respuesta. Aquella pista de patinaje negra se le hizo más corta de lo que esperaba y, en pocos minutos, el joven llegó a tierra firme, por decirlo de algún modo. Allí pudo confirmar que la luz que antes vio en la distancia era una farola y, a su lado, se situaba una pequeña cabaña de madera. Esta tenía la puerta gruesa y además estaba entreabierta. Cuando el joven se acercó más vio que no había pestillo ni manilla que la pudiesen cerrar, por lo que, motivado por esa libertad, Marcos entró sin llamar, quejándose la puerta de manera estridente y quebradiza, como si llevará años sin moverse. Un vez dentro, el joven se encontró con un salón enorme; parecía incluso más grande que la propia casa vista desde fuera. Había estanterías con miles de libros que cubrían toda la sala, desde el suelo hasta el techo y de una pared hacia la otra. Y, justo al final, una chimenea iluminaba lo que parecía un sillón alto y rojo, el gobernador de la sala.

—Hola —dijo un desconocido desde el interior del sillón.

Marcos se sorprendió al oír la voz. A pesar de que hubiese una chimenea encendida, no esperaba encontrarse allí a nadie. Casi era más lógico que la casa le hablase en ese mundo extraño. 

—Acércate hijo. 

Su voz sonó amable y antigua. El hombre debía rondar los setenta años. Marcos fue acercándose precavido hacia el sillón hasta que pudo ver el rostro del anciano. Era menudo, tenía arrugas por toda la cara y cuatro pelos blancos mal puestos en su cabeza. El desconocido no parecía suponer ninguna amenaza, sentado en su sillón de terciopelo y con la cachaba en las manos.

—Y... ¿Qué te trae por aquí? —preguntó el anciano. 

—No sé. La curiosidad, supongo. 

—¿Eres un chico curioso, entonces? —repitió el anciano.

—Sí, me gusta explorar cada rincón al que voy. 

—Pues este rincón es difícil de encontrar. ¿Cómo has llegado hasta aquí? 

Marcos no se había parado a pensar en eso hasta ahora. Era intrigante la cantidad de sucesos que le habían llevado hasta allí. <<¿Habrá sido todo esto cosa de mi amiga la Luna?>> pensó con aires dubitativos. Sin embargo, respondió al señor con otra de sus teorías.

—Las luces. Puede sonar raro pero... las luces me han traído. 

—No lo veas tan extraño. Recuerda cómo encontraron los Reyes Magos al niño Jesús.

<<¿A qué venía eso ahora?>> se dijo a sí mismo extrañado. Pero, rápido recobró la compostura y le contestó:

—Sí, pero eso es un cuento.

—Las historias no nacen de la nada. Todas se basan en hechos reales. 

El joven se quedó pensativo unos instantes. Entonces, observó al anciano de reojo preguntándose qué haría un señor tan mayor en un sitio tan apartado como este. 

—¿Cómo te llamas chico?

—Marcos señor —dijo con firmeza. 

—Bien, Marcos yo creo que esas luces te han traído hasta aquí por alguna razón que vamos a tener que descubrir. Y si eres un chico curioso seguro que te gusta esta pequeña aventura.

El chico siguió mirándole a él, pero sobre todo examinó más a fondo la gran estancia. Parecía bastante vieja. Debía llevar allí muchos años.     

—Y usted, ¿qué hace aquí? —saltó el chico de improvisto.

—Esto, como puedes ver, es una biblioteca y yo soy el bibliotecario. Me encargo de que todos los libros estén en su sitio, los cuido, los protejo; a algunos incluso tengo que quitarles el polvo... —terminó diciendo en un suspiro.

—Pero... si aquí no viene nadie —dijo sobresaltado—. Tu... usted mismo lo ha dicho. Es un lugar difícil de encontrar. ¿Cómo van a leer todos sus libros?

—Sí que los leen. Ya te digo yo que los leen... —respondió con una sonrisa enigmática.

Después de un pequeño silencio, el anciano continuó.

—¿A ti te gustan los libros de aventuras?

—Claro —contestó Marcos al instante.

—Pues aquí los tienes a montones —En ese momento, el anciano se levantó ayudándose con la cachaba y empezó a andar por la biblioteca—. Cuentos y fábulas épicas, caballeros luchando contra todo tipo de bestias, exploradores en busca de tesoros perdidos... Hay incluso historias que nadie ha leído todavía —dijo mientras se acercaba al chico. Luego le señaló con la cachaba y concluyó—: Si eres paciente y buscas bien, entre estas estanterías encontrarás secretos que ni yo mismo conozco. 

Marcos observó aquellos bloques de madera, llenos de libros, de historias... Sus ojos intentaron acercarse más, ansiosos de nuevas aventuras. De hecho, fue tal la fuerza que ejercieron sobre él que este se inclinó y dio un paso al frente con la mano semi levantada. Acto seguido, el joven retomó el control de su cuerpo e intentó disimular sus anhelos. Sin embargo, su nueva postura era demasiado rígida, casi militarizada, por lo que evidenció aún más sus deseos.    

—Te gusta este lugar ¿mmm...?

En ese momento, el anciano le dio la espalda a Marcos y se acercó a una de las estanterías.

—¿Cuál? ¡Habla más alto coño que ya estoy viejo! —le gritó a la estantería—  ¿Qué se lo diga? ¿Tú crees?

—¿Con quién hablas? —preguntó el chico confuso.

—Con la biblioteca —contestó el anciano sin darse la vuelta—. Bueno, si tu lo dices... — Tras esas breves palabras se volvió para mirar de nuevo a Marcos y sin pestañear le dijo—: Ella cree que si has conseguido llegar tan lejos mereces saber lo que es este lugar.

Marcos se quedó patidifuso durante un tiempo que no supo calcular, hasta que al final articuló tres sencillas palabras: 

—No entiendo nada.

Entonces, el anciano comenzó su explicación.  

—Verás, esta biblioteca es mágica, tiene vida propia y sentimientos; así que no se te ocurra mirarla mal o ¡te echará a patadas! —exclamó con efusividad—. Ya me lo hizo una vez a mí... —dijo apesadumbrado— En fin, volviendo al tema, decía que es mágica e interminable. Cualquier libro que te tengas en mente, cualquier historia ficticia o real está aquí. Desde el ejemplar más famoso del mundo hasta esa pequeña obra desconocida y sin título que guardan tus padres en alguna caja del trastero —El anciano paró unos segundos para tomar aire y continuó—. Se podría decir que este sitio es la madre de todas las bibliotecas. Está conectada a todas ellas... de alguna manera —dijo vacilando y sonriendo al mismo tiempo—. Por tanto, cada vez que alguien añade un libro nuevo a la biblioteca de su barrio o a la de su propio salón, este se incluye aquí también. Así, si por alguna razón se estropeara o quemase cualquier ejemplar raro, nosotros podríamos llevar uno nuevo a otra biblioteca y esa historia nunca se perdería. Seguro que conoces la leyenda de la mítica biblioteca de Alejandría y su destrucción. Se podría decir que esta es su sucesora y una respuesta para que algo así no vuelva a pasar.                    

El chico hacía rato que pasó de un estado de asombro a la pura incredulidad.

—Veo por tu expresión que no te convence mucho lo que te acabo de contar.

Marcos sonrió tímidamente reafirmando lo dicho por el anciano.

—¡Muy bien! —exclamó él con enfado—. ¿Y acaso tiene algo de normal o real lo que has visto en tu trayecto hasta aquí? ¿No te parece mágico todo lo que has experimentado?

—Sí pero... eso era... 

—Visible ¿no es así? —se adelantó el bibliotecario— Podías observar la magia y lo extraño con tus propios ojos.

—Sí —respondió en voz baja, temiendo su derrota.

—Y esto como no lo puedes ver no te lo crees. Como no ves libros volando por la sala con chispitas a su alrededor ya piensas que no hay magia alguna. ¡Pues te voy a demostrar lo contrario! —e hincó con fuerza su bastón en el suelo—. Quiero que pienses en el libro más raro y desconocido que te hayas leído; tiene que ser uno que no puedas encontrar en ningún sitio; ni en tiendas, bibliotecas, mercadillos, nada. Piénsalo bien —dijo, de nuevo, apuntando al joven con la cachaba.  

Marcos conocía muchos libros de aventuras, pero todavía era joven para saber los nombres de los más extraños. <<Seguro que tiene cualquiera de los que estoy pensando>> se dijo a sí mismo. Entonces, le vino a la mente un bonito recuerdo. Trataba sobre un libro viejo y antiguo, de los primeros que leyó, heredado de su hermano. La historia de este libro estaba envuelta en un profundo misterio ya que ni su hermano ni él sabían de su procedencia, solo que estaba en un cuartucho con trastos viejos cuando éste lo rescató del olvido. No tenía ni siquiera tapa; solo un escaso pegamento, ya amarillo, unía sus páginas. Su nombre era:

—Los espejos venecianos —dijo Marcos alzando la voz.

El bibliotecario se quedó pensando un momento. 

—Ummm. No conozco esa obra. ¿De qué autor es? 

—Ya no me acuerdo. La leí hace mucho —mintió.

—Buena jugada chico —concluyó el anciano que, acto seguido, fue hacia una de las estanterías en busca del misterioso libro.

Mientras tanto, Marcos hizo lo propio y se puso a curiosear por la sala. Se acercó a uno de aquellos armatostes de madera y, de pronto, empezó a notar que algo raro estaba ocurriendo. El joven vio como, a cada paso que daba, la propia estantería se agrandaba por sí sola y más libros aparecían en su interior. El mueble había pasado de albergar unas pocas decenas de ejemplares a cientos de ellos. Además, las propias dimensiones de la sala parecían haber cambiado y Marcos tenía la sensación de ver cada vez más lejos al longevo bibliotecario. Pero el joven ya se había acostumbrado a que ocurriesen todo tipo de hechos imposibles por lo que a este no quiso darle tanta importancia y, sin pensarlo, se puso a examinar los diferentes títulos que tenía delante. Entonces, uno de ellos le llamó poderosamente la atención. Tenía la tapa en verde y las letras doradas que anunciaban su nombre desprendían un brillo y una luminosidad hechizantes. Iba a sacarlo para examinarlo mejor, pero el bibliotecario apareció con el libro que Marcos le había pedido.

En este caso, la tapa era negra como el carbón y un poco vieja; aún así mantenía la compostura y las letras del título seguían bien marcadas. El anciano se lo cedió a Marcos que, con gran interés y bastante nervioso, lo agarró y escogió una página al azar. 

Empezó a leerla para sus adentros: <<"...La noche era oscura. Por los ventanales entraba un resplandor que moría apenas atravesaba los sucios cristales..." "...Veía en los espejos algo más que los múltiples reflejos de su cuerpo y de las llamas de los cirios...">>. Ya conocía la historia, aún así, aquellas líneas ejercieron el mismo impacto que la primera vez que las leyó. Efectivamente ese era su libro. Marcos intentó contener la sorpresa, pero su sonrisa volvió a delatarle. El anciano se le quedó mirando sin decir nada. No hacía falta.

En ese momento, un antiguo reloj de péndulo dio las horas y rompió con la armonía y el silencio en el que se encontraban la sala y sus acompañantes. Fue la señal de que el viaje había concluido.

—Marcos, ha sido un placer conocerte, pero tu tiempo aquí ha terminado. Sé que todavía estás confuso y no terminas de creerte todo esto. Tranquilo —dijo posando su mano en el hombro del chico—, seguro que mañana lo verás todo más claro. Hay muchos mundos ocultos tras el tuyo, y este, solo es una parte pequeña que has tenido el privilegio de observar.

El bibliotecario recogió el libro que Marcos aún conservaba en sus manos y se despidió con una leve sonrisa.


Epílogo

A la mañana siguiente, Marcos se despertó un poco desorientado. No recordaba cómo había vuelto a casa. Entonces se puso a pensar en todo lo que le había ocurrido. Las luces, aquellos seres extraños, el anciano... todo seguía marcado a fuego en su mente, claro y nítido. Pero su madre apareció de repente y quemó con rayos de sol todos sus recuerdos. 

—Mamá... —dijo el chico retorciéndose en la cama y tapándose con la almohada.

—¡Vamos! Mira ya qué hora es —E hizo una breve pausa para confirmar con su reloj las sospechas—. Las once y cuarto. Venga, vete a  desayunar que sino se te va a juntar con la comida y luego me dices que no tienes hambre.

Entretanto, Marcos siguió el ritual mañanero con sus característicos sonidos guturales y desganados.  

—¿Otra noche de desvelos? —dijo su madre mientras ojeaba un libro que había en la mesita de noche—. ¿Es nuevo? No te lo había visto antes.

El joven se desperezó al instante y miró el libro. Tenía la cubierta verdosa y unas letras doradas marcaban su nombre en el dorso.

—El Hobbit, ¡qué chulo! —y lo dejó de nuevo en la mesita—. Ya me contarás de qué va —dijo mientras enfilaba la puerta de la habitación—. ¡Y levanta el culo ya!


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